XXXIV Domingo del Tiempo ordinario.
Jesucristo, Rey del Universo (ciclo B)
El poder de la Verdad
Termina el Año litúrgico y, con él, mis comentarios al
Evangelio en esta página deAlfa y Omega. ¡Qué alegría haber podido
prestar mi pobre voz a Aquel que se presenta en la liturgia del próximo domingo
precisamente como «el Alfa y la
Omega » y «el Testigo fiel»! Confieso que no me imagino un
gozo mayor, aunque lo hecho sea bien poca cosa.
¿Qué sucedería si todos los bautizados pusiéramos de
verdad nuestras vidas al servicio de Jesucristo? ¿Es que hay otra cosa por la
que merezca la pena gastar la vida? No importa que lo que podamos hacer sea de
poco valor, según los parámetros de la eficacia del mundo. Si nuestras vidas
estuvieran consagradas a Él, la eficacia divina de nuestra existencia sería
literalmente incalculable.
Todos los que habéis leído estos comentarios sabéis en qué
consiste la consagración de la que hablo. El Evangelio del domingo nos lo
recuerda.
El gobernador romano interroga a Jesús sobre la acusación
que los judíos habían presentado contra él: «¿Eres rey, de verdad?» Pilato no
lo podía creer. Jesús no lo parecía. Pero tampoco lo negaba: «Mi reino no es de
este mundo». «Conque, ¿tú eres rey?» Jesús confiesa entonces abiertamente que
sí: «Soy rey»; y explica por qué: mi misión es «ser testigo de la verdad».
Miles y miles de mártires han muerto en el siglo XX
aclamando a Cristo como rey. El mismo Jesús va a la muerte reconociendo su
realeza. Tanto el Maestro como los discípulos no están hablando de ningún poder
mundano. Se refieren al poder de la Verdad. Aceptan la muerte como servicio a la Verdad.
El desprecio de la verdad es muy antiguo. La cínica
respuesta de Pilato es emblemática: «Y ¿qué es la verdad?». Con la excusa de
humildad intelectual o democrática, no se reconoce hoy más verdad que la meramente
funcional de la técnica, de la sociología o de los cálculos políticos. Lo demás
es tachado de fanatismo o totalitarismo. Pero, como no es verdadera, esa
supuesta humildad es, en realidad, una gran debilidad moral que deja el campo
abierto al poder de los más fuertes. Sin verdad, no hay libertad, ni
solidaridad, ni amor.
El Reino de Cristo es el poder de la Verdad. En su Cruz y en
su Resurrección hemos aprendido en qué consiste ese poder. No es ciertamente el
poder pasajero de las armas, del dinero o de la fama. Es el poder del Amor
infinito, aparentemente débil frente a la violencia a la que conduce el pecado;
pero, en realidad, el único verdaderamente poderoso.
Los mártires y los santos son testigos de la fortaleza del
poder de la Cruz.
Gracias ellos, el mundo no está sometido al poder de la
mentira. En la comunión de los santos, por el contrario, el Amor infinito reina
ya en la tierra como en el Cielo. A esa comunión, en Cristo, nos consagramos
con el mayor contento.
+ Juan Antonio Martínez Camino
obispo auxiliar de Madrid
obispo auxiliar de Madrid
EVANGELIO
En aquel tiempo, preguntó Pilato a Jesús: «¿Eres tú el rey
de los judíos?».
Jesús le contestó: «¿Dices eso por tu cuenta o te lo han
dicho otros de mí?».
Pilato replicó: «¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos
sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?».
Jesús le contestó: «Mi reino no es de este mundo. Si mi
reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en
manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí».
Pilato le dijo: «Conque, ¿tú eres rey?».
Jesús le contestó: «Tú lo dices: Soy rey. Yo para esto he
nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el
que es de la verdad, escucha mi voz».
Juan 18, 33-37