Tres meses faltan
CARLOS
/ COLÓN | ACTUALIZADO 18.09.2015 - 01:00
SE aproxima el tiempo de la calle Feria, calzada del Adviento y vía
augusta de la Esperanza.
A partir de hoy, pasada la exaltación de la Santa Cruz -los
Primitivos Nazarenos siempre abriendo el camino- y a una semana de la fiesta
grande mercedaria del Tiro de Línea, faltan tres meses para el día de la Esperanza. Para
quien vive estas cosas los meses tienen nombres propios en calle Feria. Octubre
se llama Rosario en la Macarena
y en Montesión. Noviembre se llama Todos los Santos en Omnium Sanctorum y
Amargura en San Juan de Palma. Diciembre se llama Esperanza en la Macarena. Y después,
todo se llama Gran Poder.
No escribo de esas tradiciones de anteayer que tanto gustan en esta ciudad, tan dada a celebrar lo nuevo como antiguo y despreciar lo antiguo como viejo, sino de vida, de siglos y de historia.La Amargura está en San Juan de la Palma desde 1725. Montesión
está en la plaza de los Carros desde 1574, cuando allí se alzaba el convento
dominico, y allí sigue después que este se extinguiera. Todos los Santos está
en la antigua parroquia desde 1554. La Hermandad de la Macarena nació en 1595 en
el barrio que le dio su nombre y vivió en San Gil desde 1653, cuando ya hacía
más de un siglo que residía allí la del Rosario.
Siglos de historia y de vida -las más auténtica, la más cotidiana y modesta- gracias a los que intuimos un amor que nos precedió -"antes de que te formaras en el vientre te conocí"-y nos acogerá -"fuerte como la muerte es el amor"-. Y si todo resultara no ser más que un anhelo que no será correspondido, tenemos al menos aquí y ahora esa forma humana de la comunión de los santos que sentimos cada vez que nos borramos bajo la túnica para ser a la vez nosotros y quienes antes la vistieron, cada vez que visitamos la capilla que tantos antes que nosotros visitaron y allí rezamos a las mismas imágenes las mismas oraciones nunca interrumpidas que ellos les rezaron. Nadie ha definido mejor que Manuel Chaves Nogales este "calor suave de oraciones ininterrumpidas, que unos labios comienzan, otros continúan y ningunos cierran, como una sola y compleja manifestación de piedad".
No sé, aunque lo espero, si hay un Cielo que nos aguarde. Pero sé que gracias a este tesoro que preservan las hermandades tenemos tierra de memoria bajo los pies y cielo de esperanza sobre nuestras cabezas. Ya es bastante. Hoy es 18 de septiembre. Tres meses faltan, Esperanza.
No escribo de esas tradiciones de anteayer que tanto gustan en esta ciudad, tan dada a celebrar lo nuevo como antiguo y despreciar lo antiguo como viejo, sino de vida, de siglos y de historia.
Siglos de historia y de vida -las más auténtica, la más cotidiana y modesta- gracias a los que intuimos un amor que nos precedió -"antes de que te formaras en el vientre te conocí"-y nos acogerá -"fuerte como la muerte es el amor"-. Y si todo resultara no ser más que un anhelo que no será correspondido, tenemos al menos aquí y ahora esa forma humana de la comunión de los santos que sentimos cada vez que nos borramos bajo la túnica para ser a la vez nosotros y quienes antes la vistieron, cada vez que visitamos la capilla que tantos antes que nosotros visitaron y allí rezamos a las mismas imágenes las mismas oraciones nunca interrumpidas que ellos les rezaron. Nadie ha definido mejor que Manuel Chaves Nogales este "calor suave de oraciones ininterrumpidas, que unos labios comienzan, otros continúan y ningunos cierran, como una sola y compleja manifestación de piedad".
No sé, aunque lo espero, si hay un Cielo que nos aguarde. Pero sé que gracias a este tesoro que preservan las hermandades tenemos tierra de memoria bajo los pies y cielo de esperanza sobre nuestras cabezas. Ya es bastante. Hoy es 18 de septiembre. Tres meses faltan, Esperanza.