XV Domingo del Tiempo
ordinario
Un bastón y nada más
Las vacaciones son para muchos un tiempo de
ponerse en camino. Se deja la casa y el lugar habitual de la vida para irse a
otra parte a desconectar por algunos días del ambiente ordinario. Incluso
quienes no pueden o no quieren moverse de su sitio, procuran modificar sus
hábitos para poner en movimiento su mente y su espíritu.
Hacer los caminos de la tierra y del alma es
la condición inevitable de la vida humana. Resulta tópico decir que somos
naturalmente peregrinos. Aunque no nos demos cuenta o no lo pretendamos,
nuestra existencia es siempre un movimiento hacia otros lugares y otros
horizontes de vida. Algunas personas no se mueven nunca del sitio, como los
monjes y las monjas que hacen voto de estabilidad. Pero tampoco para ellos hay
un día igual que otro, ni dejan de moverse hacia el futuro que se les acerca.
Si nuestra condición es la de caminantes, no
parece muy razonable que nos carguemos con demasiadas cosas que llevar con
nosotros. La lengua clásica llama impedimenta a los equipajes
y avituallamientos que se llevan para la marcha. Porque, efectivamente, esas
cosas impiden que el camino pueda hacerse con ligereza e incluso pueden
entorpecer por completo el avance si llegan a ser realmente excesivas.
Jesús envió a los Doce de dos en dos para una
primera experiencia apostólica. Y «les encargó que llevaran para el camino un
bastón y nada más». Es decir, los envía sin nada que pudiera entorpecer el
camino de su misión.
El camino de los cristianos no es otro que el
camino que todo ser humano está llamado a recorrer en su condición de
peregrino. Vamos hacia la casa del Padre, hacia el Cielo. Nuestra existencia
perdería su sentido si la concibiéramos como un vivir clausurado en el mundo,
absolutamente cerrado por la muerte. El espíritu humano se mueve hacia el
Infinito. El corazón humano late movido por un amor sin límites; por el Amor
divino que ha impreso en él el anhelo del reconocimiento incondicional. Todo el
mundo sería poco para tal movimiento y tal anhelo. Somos peregrinos hacia Dios.
«Un bastón y nada más». Nos basta lo necesario
para mantener la marcha. Nos sobra lo que nos impide caminar. En realidad, nos
basta con la Gracia
y el Amor de Dios. Todo lo demás es, al final, prescindible. Todo lo demás se
puede convertir incluso en un lastre que haga fracasar nuestra existencia de
peregrinos y nos hunda en el abismo de una quietud sin Dios en la que se cifra
el horror posible de la perdición absoluta.
Nada de este mundo nos ha de atar a él. Nada.
Pero el Señor los envió «de dos en dos». El camino ha de iluminarse con la
compañía del Resucitado. En el otro se encuentra al Viviente. En el rostro del
prójimo encontramos ya de algún modo al Dios hacia el que caminamos. Está
también la Iglesia ,
ese otro humano-divino, sujeto social de la presencia sacramental del Espíritu,
que nos orienta y mantiene en el camino.
+ Juan
Antonio Martínez Camino
Evangelio
En aquel tiempo llamó Jesús a los Doce y los
fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos.
Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni
alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una
túnica de repuesto. Y añadió:
«Quedaos en la casa donde entréis, hasta que
os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al
marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa».
Ellos salieron a predicar la conversión,
echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.
Marcos 6, 7-13