En aquel tiempo, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó:
«Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es aquel de quien yo dije: Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo. Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel».
Y Juan dio testimonio diciendo:
«He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma y se posó sobre Él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre Él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo.
Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios».
Comentario: Bautismo: fuego en el mundo
Bautismo de Cristo, de El Greco. Fundación Tavera, ToledoLa vuelta al Tiempo ordinario viene marcada, en este ciclo litúrgico, por el relato del mismo episodio evangélico del domingo anterior: el Bautismo de Jesús en el Jordán, pero narrado ahora por San Juan. Después de la solemnidad del prólogo de su evangelio, en el que nos presenta al Precursor como testigo de la luz, nos muestra en estos versículos su rostro más cercano, sus reacciones y el modo con que se relaciona con Cristo, la Luz verdadera.
San Juan Bautista se sitúa como testigo de la Luz conforme a la propuesta recibida de Dios mismo: «Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre Él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo». El primo del Señor hace de bisagra entre el Antiguo y el Nuevo Testamento; el Mesías anunciado por los profetas ya está aquí. Y Juan lo señala en el Jordán, mirando al pasado y al futuro a la vez: «Éste es el Cordero de Dios... -trayendo a la memoria de todos la Pascua del Señor- ...que quita el pecado del mundo», abriendo nuestro entendimiento para comprender el sacrificio redentor de la Cruz realizado por el Hijo de Dios. Es consciente de que el bautismo que propone es un bautismo de agua para mover el corazón a la conversión, haciéndose partícipe del papel de los profetas que preparan al pueblo elegido para poder acoger al Salvador. Pero, a la vez, nos anuncia que el bautismo que de verdad importa es el Bautismo con Espíritu Santo, uniendo así el inicio de la vida pública de Jesús con su final definitivo, que viene marcado por el envío del Espíritu a la Iglesia.
Éste es el Bautismo que los cristianos hemos recibido y que debe dinamizar nuestra experiencia de ser discípulos, de igual modo que vigoriza la vida de la Iglesia. En este arranque del Tiempo ordinario, que nos conduce hasta la celebración de la Cuaresma y la Pascua, es interesante tener en nuestro horizonte esta meta, que puede interpelar nuestro corazón y nuestra vida: ¿somos conscientes de la presencia y de la acción del Espíritu en la vida de la Iglesia?
El Bautismo nos hace acoger con alegría el Evangelio que «llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento» (Evangelii gaudium 1). Por desgracia, en muchas ocasiones, nuestros pesimismos, nuestra carga de falso realismo, nos hacen ahogar el vigor de una presencia que, en palabras de Jesús, debiera ser fuego para el mundo. Con qué fuerza nos advierte de ello el Papa Francisco cuando nos habla de las tentaciones de los agentes de pastoral en la Evangelii gaudium (76-109) y nos exhorta a no dejarnos robar la fuerza misionera que nos fue entregada por el Espíritu.
Contemplamos en este pasaje evangélico un momento muy importante de la vida de Jesús. Pero, como siempre ocurre con Él, su persona, su silencio elocuente en toda la escena, la fuerza de los testigos presentes y la grandeza de Dios que se manifiesta como comunidad trinitaria de personas, se convierten para nosotros en una propuesta de vida abundante.
Os animo a hacer nuestra, la actitud del Bautista ante Jesús. Ser testigos de su presencia, señalarle para que el mundo le conozca; en definitiva, estar dispuestos a dar la vida por la Verdad, como signo real de la presencia del Bautismo en el Espíritu que hemos recibido.
+ Carlos Escribano Subías
obispo de Teruel y Albarracín