Fuente: ALFA Y OMEGA
IV
Domingo de Pascua (ciclo B)
«Habrá
un solo rebaño y un solo Pastor»
De los diversos modos que la Escritura posee para
referirse a Jesús, el título de Buen Pastor es probablemente uno de los más
expresivos y quizá el que con mayor claridad precisa la relación entre el Señor
y nosotros. Esta forma de designar a Cristo no es, sin embargo, nueva en el
pensamiento de la época de Jesús. En el antiguo Oriente era habitual considerar
al rey como pastor del pueblo que guiaba, y tanto Moisés como David habían sido,
de hecho, pastores antes de haber sido investidos caudillos de Israel. Quien
era elegido por Dios para gobernar a su pueblo recibía asimismo un mandato de
velar por la grey encomendada y de evitar cualquier dispersión del rebaño. Por
eso, una de las tareas más significativas que el Antiguo Testamento asigna al
rey y pastor es la de «reunir» a los dispersos, como señala por ejemplo el
profeta Ezequiel con ocasión del destierro en Babilonia en el siglo VI a. C.
Con todo, la frecuente experiencia de fracaso en esta misión de congregar a las
diferentes tribus, por un lado, y la poca altura moral de algunos de los
dirigentes de Israel, por otro, van a propiciar el anhelo de que sea Dios mismo
quien, en un futuro, se sitúe al frente del pueblo. Al mismo tiempo, una misión
que en su origen se circunscribía a unos límites territoriales precisos irá
ampliando paulatinamente su horizonte hasta ponernos cara a cara ante un pastor
con vocación universal, que superará cualquier frontera de pueblo, raza o
nación. Esta es, en definitiva, la visión que el pasaje evangélico de este
domingo nos presenta de Cristo. Tras afirmar con rotundidad «yo soy el Buen
Pastor», Jesús quiere especificar el significado de ese pastoreo que lleva a
cabo. La primera característica del pastor ha de ser la de dar la vida por las
ovejas. Esta aseveración coloca desde el principio en primer plano el carácter
sacrificial y de entrega de la vida de Jesús, y marcará el resto de condiciones
que deberá poseer un auténtico pastor. Del contenido del pasaje se deduce un
cierto carácter polémico que busca distinguir a los verdaderos de los falsos
pastores. De hecho, estas palabras siguen a una discusión entre Jesús y los
fariseos tras la curación del ciego de nacimiento. Para nosotros es fundamental
percibir que cuando Jesús insiste en las características del buen pastor se
está refiriendo a sí mismo, habla en primera persona y no solo teóricamente.
Por desgracia, los israelitas estaban acostumbrados a dirigentes políticos y
religiosos entre los que abundaban quienes buscaban más el bien propio que el
de las personas encomendadas a ellos, actuando como asalariados y abandonando a
su grey ante el menor riesgo. A diferencia de estos, Jesús remarca que a Él le
«importan las ovejas», garantía a la que siempre debemos recurrir,
especialmente cuando experimentemos la duda, la incertidumbre o la falta de
confianza en el cuidado que Dios tiene de cada uno de nosotros.
Jesús conoce a
sus ovejas
Estrechamente unida con la dimensión de entrega y
de cuidado de cada uno de nosotros se vincula el conocimiento de Jesucristo
hacia sus hijos. Para nosotros, seres limitados, es arduo comprender cómo es
posible este conocimiento de Jesucristo y cómo el Señor nos capacita para poder
conocerlo a Él realmente. El fundamento no es otro que la estrecha relación
entre el Padre y el Hijo. Este vínculo lleva a Cristo a conocernos y amarnos y,
al mismo tiempo, nos impulsa a conocer y amar a Dios y a los hermanos. La
alusión de Jesús a la existencia de otras ovejas que no son de este redil plantea,
en continuidad con algunas referencias veterotestamentarias, una misión
definida de búsqueda a cualquier persona, sea cual sea la situación en la que
esté. En esta frase, la Iglesia ha encontrado siempre una llamada indiscutible
a recorrer el camino que nos separa de los demás y de intentar hallar puntos de
encuentro con la finalidad de mirar juntos hacia ese Pastor Supremo que nos
lleva hacia el Padre.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, dijo Jesús: «Yo soy el Buen
Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas; el asalariado, que no es
pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye, y
el lobo las roba y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las
ovejas. Yo soy el Buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen,
igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las
ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a esas
las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo
Pastor. Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder
recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder
para entregarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi
Padre».
Juan 10, 11-18