VIII Domingo del
tiempo ordinario (ciclo A)
Buscad el Reino de Dios
Oímos con frecuencia que nuestra sociedad tiende con gran
facilidad al individualismo, donde cada hombre pretende ser el único autor de
su vida. La autonomía, término que define la facultad de cada sujeto para
establecer sus propias reglas, se presenta como uno de los valores
fundamentales en toda sociedad moderna. Es decir, se considera como algo
anticuado el que alguien me imponga reglas. Dependencia o sometimiento a
ciertas normas o valores se perciben a menudo como conceptos más ligados a la
esclavitud que a un estilo de vida propio del hombre actual. Sin embargo, en la
historia de la salvación hay una palabra omnipresente para referirse a Dios:
Señor. El Antiguo Testamento designa así al Padre y el Nuevo lo amplía al Hijo.
Siguiendo esta estela, desde los primeros tiempos del cristianismo, las
celebraciones litúrgicas de la
Iglesia aclamarán y pedirán misericordia al Kyrios, vocablo
griego que significa Señor, haciendo referencia a su señorío y victoria sobre
la muerte. El domingo es también el Dies Domini, el día del Señor (Dominus).
Este reconocimiento a alguien que dirige nuestra vida ha sido percibido en
muchas ocasiones por los críticos con la fe como una infantilización de la vida
del hombre o una continuación de un vasallaje propio de otras épocas. Al mismo
tiempo supondría la negación de la verdadera libertad humana.
O Dios o el dinero
Las palabras que Jesús nos dirige hoy están cargadas de
gran realismo. Directamente nos presenta las dos únicas alternativas en la
vida: o Dios o el dinero. De una manera sencilla y clara nos enseña que por más
que pensemos que es posible la autonomía absoluta del hombre, no es posible una
libertad verdadera sin vínculos. Los dos «señores» del Evangelio de hoy no solo
reflejan algo que podríamos deducir con facilidad: algo así como «dado que
somos creyentes, debemos servir a Dios y no al dinero». Tampoco quedaría
comprendido por completo el pasaje dando el paso más de sustituir dinero por
cualquier otra atadura del hombre, como puede ser el afán de dominio o de poder
sobre los demás. Tendríamos así la elección Dios o dinero, Dios o poder, Dios o
mundanidad, etc. Lo realmente revelador es comprender que siempre serviremos a
alguien, aunque queramos negarlo. Frente a una rebeldía adolescente, que piensa
que ya ha llegado el momento de ser completamente libres, Jesús nos dice hoy
que es inútil, que siempre estaremos sometidos, queramos o no. Si no servimos a
Dios, serviremos a otros dioses.
¿Por qué os agobiáis?
Junto a las palabras del Señor sobre la inevitable
alternativa, Jesús quiere fundamentar nuestro servir a Dios en el amor paternal
del Padre celestial sobre lo que ha creado. Del mismo modo que en la primera
lectura de hoy escuchamos: «¿Puede una madre olvidar al niño que amamanta? […]
aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré» (Is 49, 15), Jesús nos invita a
abandonarnos por completo en los brazos de Dios, que jamás se olvida de
nosotros. El Señor presenta el agobio, probablemente la palabra más reiterada
en esta página evangélica, como algo propio de los paganos. Ciertamente, si el
único horizonte del hombre son bienes que hoy están y mañana pueden desaparecer
o no ser de la misma calidad, tales como el vestido, la comida o la bebida, no
es extraño que aparezca el agobio o la angustia. Jesús presenta a Dios también
como el dueño absoluto de la vida. Por eso, aunque el paso de los años provoque
un deterioro creciente en nuestras capacidades físicas o mentales, nuestra
actitud debe ser siempre la de la confianza total en ese Señor que no abandona
la mayor obra de la Creación ,
del mismo modo que un padre o una madre, en su sano juicio, no se olvidan jamás
del hijo al que le han transmitido la vida. En definitiva, solo es posible
servir y buscar a Dios y su Reino, si anteriormente nos hemos puesto con
confianza en sus manos.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia Adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia Adjunto de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Nadie puede
servir a dos señores. Porque despreciará a uno y amará al otro; o, al
contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir
a Dios y al dinero. Por eso os digo: no estéis agobiados por vuestra vida
pensando qué vais a comer, ni por vuestro cuerpo pensando con qué os vais a
vestir. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido? Mirad
los pájaros del cielo: no siembran ni siegan, ni almacenan y, sin embargo,
vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos? ¿Quién
de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida?
¿Por qué os agobiáis por el vestido? Fijaos cómo crecen los lirios del campo:
ni trabajan ni hilan. Y os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba
vestido como uno de ellos. Pues si a la hierba, que hoy está en el campo y
mañana se arroja al horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros,
gente de poca fe? No andéis agobiados pensando qué vais a comer, o qué vais a
beber, o con qué os vais a vestir. Los paganos se afanan por esas cosas. Ya
sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. Buscad sobre
todo el reino de Dios y su justicia; y todo esto se os dará por añadidura. Por
tanto, no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio.
A cada día le basta su desgracia».
Mateo 6, 24-34